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Lo decía la poetisa Ernestina de Champourcin, la cual, con cierta sabiduría, desveló los estigmas del camino, las garras feroces de la vida que se mueve hacia cualquier dirección. La inmovilidad produce hartazgo y pesadez, pero aquel que camina, sucumbe ante los riesgos que supone traspasar el umbral de la quietud. Y ahora que es fin de año, que todo parece morir en cualquier recuerdo y que vemos el ayer como una aventura impresa en nuestras entrañas toca la reflexión vespertina y casi sonámbula del alma errante. Dime espíritu, ¿qué nos queda después del largo viaje? ¿Y quién dices que soy yo? Esta mañana charlaba con mis vecinos rumanos. Un largo viaje para llegar hasta aquí y mendigar trabajo, pan y algo de cordialidad. Dejarlo todo por nada. Quizás algo de caridad y cierto calor humano muy de vez en cuando. M. me miraba con cierta rabia. Se preguntaba porqué tenía que pasar tantas calamidades. «Quiero trabajar», decía. Le pregunté qué oficio tiene y me dieron ganas de contratarlo de cualquier cosa sino fuera por la propia solidaridad de clase y la pobreza adversa. Si M. resiste yo también lo haré. Y ahora que sé que está ahí, que quiere trabajar, que quiere respirar dignamente, me esforzaré un poco más para que su vida tome un nuevo rumbo y la mía con ella se vea salvada de la pasividad y la quietud. Así que, alma mía, sigamos caminando, ya sé quién soy y ya sé todo lo que nos queda por hacer…

Hace tiempo que se va pregonando la necesidad de una independencia total con respecto al suministro de energía. Estamos ante las puertas de una revolución en ese sentido que dependiendo de las fuerzas de los intereses económicos podremos o no realizar. Ya se están elaborando coches eléctricos que llegarán a nuestros hogares en este próximo año. Como es novedad, durante dos o tres años los precios serán prohibitivos, pero como ocurre con todo, de aquí a pocos años todos los coches serán de propulsión eléctrica y a precios razonables. Internet desplazó las necesidades de nuestra sociedad hacia cosas intangibles. Ya no consumimos tanto cosas materiales sino más bien servicios intangibles. Esa primera revolución vino acompañada de una revolución silenciosa: las energías limpias. Quizás en una o dos décadas, todos los hogares puedan abastecerse de energías limpias, por ejemplo, provenientes del sol. Si esto fuera posible, un hogar familiar podría disponer de acceso directo a las fuentes del sol mediante placas solares en su domicilio. Con ellas abastecerían el consumo familiar y además engancharían, como ya hicieran en su tiempo en California con el EV1, el primer coche eléctrico para el gran público, el automóvil a la red. Esto crearía una gran independencia y una emancipación aún mayor con respecto a las grandes dependencias que asumimos en el día a día. ¿Cual será el siguiente paso? Emanciparnos de la tierra. Gracias a las nuevas tecnologías, la construcción de una vivienda se abaratará en gran medida. Ya no hará falta viviendas de ladrillos y cemento. El cristal, el aluminio y la madera serán los nuevos protagonistas. El futuro está ahí… solo debemos empezar a caminar sobre él…

Antropólogo y editor

javier.leon@editorialseneca.es

Diario de Campo

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