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Llevábamos toda la semana hablando sobre vibraciones, sobre la Ley de Atracción, sobre el Propósito, Misión o Intención en la vida. Asistí a una buena conferencia en la que se explicaba todo esto tras estar más de una semana pensando en el mundo de los principios de todo cuanto existe. Sin duda, las sincronías son poderosas. Todo obedece al mundo de las Causas sin que apenas podamos percibir un ápice de su sabiduría. Es así como el sueño de todo humano es descifrar sus fuentes, sus códigos, sus mensajes… Sin embargo, la pregunta corre aún en el aire de muchos: ¿tiene acaso la materia un objetivo u propósito? Los científicos tienden a ver a la misma como una tumba abierta en el universo, un punto que una vez explosionó y anda a la deriva sin ningún tipo de intención aparente.
Tras años analizando al nuevo movimiento de comunidades utópicas, me preguntaba de donde surge esa necesidad de retorno hacia lo que debería ser obvio: el sentimiento, objetivo y subjetivo, de la unidad común, la unidad holística de la experiencia psíquica consciente. Es lo que Bohm denominó insight, percepción directa o contemplación consciente. Al igual que los científicos a la hora de examinar la materia, podríamos pensar que la humanidad en su conjunto es la suma de un caos sin propósito y sin objeto común. Un magma cultural que se apresura a la convivencia por pura conveniencia. Pero la naturaleza provoca procesos universales, leyes que parecen querer ordenar todo el caos aparente. Y lo mismo ocurre, por mucho que les pese a los científicos sociales, al conjunto de la humanidad y a su consciencia cósmica, es decir, aquella unidad más allá de la mente individual. Desde un punto de vista esotérico, si se me permite esta palabra, existe una unidad común, un sentimiento de unidad y una intranquila persecución hacia un objetivo común. ¿Cuál es la intención como unidad esencial, como raza humana, como entidad subjetiva y unida por un campo cuántico de consciencia?
En el marco de la objetividad, parece claro que nos reunimos en comunidades de diferentes tamaños y cualidades, algunas agresivas, otras compasivas y la mayoría, entendemos, que atractivas. La pareja atómica es el fenómeno contemporáneo que pretende el experimento de poner en común una vida, unas experiencias, un patrimonio íntimo. El concepto de familia, cambiante en nuestros días, pretende aferrarse a las viejas formas. Tenemos además la comunidad de barrio, de aldea, de pueblo, de ciudad, de estado, de nación, incluso para algunos de continente o más allá de la prioridad cercana, la comunidad de sentirnos miembros de un planeta a la deriva o inclusive hermanos cósmicos que llegamos en pateras siderales a este rincón perdido del omniverso. Esa parece ser, inevitablemente, la esencia de sentirnos, a pesar de nuestra infinita soledad, miembros de un grupo.
Sin duda, todo forma parte de una misma comunidad, de un mismo grupo subjetivo que se interconecta y trabaja para un mismo “propósito”. La Intención que nos une, una intención subjetiva y real, se plasma en los pequeños detalles de la vida. Una humanidad común necesita de un proyecto común. La unidad psíquica, la unidad espiritual, emocional. Siento esa unidad cuando viajamos, cuando estamos en peligro y de repente aparece esa solidaridad orgánica que pretende echarnos una mano. La comunidad que viene se asentará bajo la base solidaria, una base humana y cósmica, una unión sideral de consciencias despiertas…
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