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Los bautizados en fuego se reúnen en humana comunión con los bautizados en agua. Era de síntesis.

La revolución tecnológica ha creado importantes cambios culturales. Las amebas y los necios, esos eternos enemigos de la lucidez, siempre han existido, pero ahora resulta más difícil reconocerlos. Se confunden entre la multitud sin que los valores de unos y otros sean especialmente importantes. Pegada a la pantalla de cualquier ordenador –entiéndase como aquel objeto que ordena nuestras vidas- la sociedad postmaterialista aprende a prescindir de los bienes materiales para adentrarse en el consumo de los bienes virtuales, creando con ello un mundo plano de dos dimensiones donde lo único que importa, lo único real, es lo que ocurre en esa nueva caja… ¿tonta? Así, la nueva ignorancia no tiene que ver con el nivel cultural, con los estudios que poseas, con la cultura que albergues. Tiene que ver con la agudeza o la falta de la misma a la hora de desenvolvernos en la virtualidad del nuevo mundo. Un mundo frío, vacío de con-tactos, es decir, el arte de la seducción entre dos seres, el arte de tocarnos unos a otros para sentir de cerca la comunión y el calor humano.

Sería fácil recurrir al recurso de pensar que esa nueva caja nos está aborregando, induciendo a la tontura y la ceguera. No es esto lo más importante. Habría que analizar con mucha calma lo que realmente está pasando. Los que trabajan frente al ordenador cada vez son más. El obrero de la fábrica está migrando de la misma a la oficina, como a su vez hicieron en la edad moderna del campo a las ciudades. Esta migración postmoderna está cambiando las pautas y comportamientos de consumo, las formas de relacionarnos los unos a los otros y la calidad de todo cuanto hacemos. El individualismo se acrecienta a medida que nos emancipamos de las instituciones tradicionales. El concepto de familia desaparece y poco a poco nos vamos aislando del mundo hasta reducir nuestras conexiones con el exterior a la más mínima expresión. La religiosidad es cada vez más individual. Crearemos nuestras propias formas de espiritualidad a la carta. Hoy meditación, mañana ayuno, pasado lectura del santo y virtual gran orador. Quizás pronto dejaremos de ser personas para convertirnos en algo nuevo… en algo extraño… algo que habrá olvidado la magia del abrazo.

Todo esto provoca que empecemos a prescindir de cosas inútiles prefiriendo consumir cosas cada vez más intangibles y anónimas. El problema reside en la calidad de lo que consumimos. La sociedad del tener está cambiando hacia otra visión de las cosas. Ya no se trata de poseer un bien, de consumirlo. Ahora se trata de que ese bien de consumo se acople a nuestra nueva visión virtual del mundo.

Así, el verdadero peligro no reside en la ignorancia y la necedad, vicios que, por cierto, siempre han abundado en nuestra sociedad, sino que el verdadera amenaza se desarrolla en torno a la falta de contacto con el mundo real. Lo que pasa ahí fuera está determinado por lo que pasa aquí dentro. Ya no nos interesa la comunidad de vecinos, ni los amigos de la calle. Ahora prima lo virtual: la comunidad virtual, los amigos virtuales. Si un amigo tradicional no se conecta deja de existir el contacto que antes nos unía. La única comunidad que nos conmueve es la pixelada, sin darnos cuenta que esa nueva comunidad nos aleja de lo verdaderamente esencial entre los humanos: el contacto.

Hasta no hace muchos años, cada vez que necesitábamos profundizar en algún tema debíamos acudir a las bibliotecas o librerías y allí consumir horas en la lectura interminable de libros infinitos. El tacto con los libros, con sus olores, con sus formas, creaba cierta magia. Ahora, esa misma información la tenemos al alcance del buscador de turno. Solo tenemos que teclear la palabra clave y aparece un mundo de información a nuestro alcance, terminando de un solo golpe con el atractivo de la inmediación. Todo eso sin desplazarnos, evitando el contacto con la calle y con el mundo real. La información, cada vez más sintetizada, está ahí, a golpe de mallete. De aquí a un par de décadas todo estará resumido en instrumentos como el nuevo dispositivo de Apple: el Ipad. Incluso la construcción de las casas, los trabajos y la economía se adaptarán a ese dispositivo. Las casas, eso que antiguamente llamaban hogar, serán cada vez más pequeñas, transparentes y virtuales. El cristal y el aluminio se impondrán ante el rancio y tosco cemento y ladrillo. Viviremos en casas cada vez más ligeras, sin exceso de adornos. Ya no habrá estanterías que sujeten gruesos tomos de libros excepto en aquellos románticos lugares donde se añoren los objetos de culto. La única cosa importante será la telepantalla, como esa que ya predijo Orwell en su obra “1984”. Quizás las paredes sean pantallas en sí mismas. Quizás lo único que podamos abrazar sea a nosotros mismos, consumiéndonos en una tristeza espiritual difícil de entender y asimilar. ¿Quién nos advertirá de todo esto? Solo la lectura del recuerdo. De aquello que ahora podamos decir antes de que el olvido se apodere de nosotros. Por eso, abrázame y no me dejes escapar… Soy humano, y quiero seguir siéndolo…

Antropólogo y editor

javier.leon@editorialseneca.es

Diario de Campo

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