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Cuando era adolescente me encantaba escribir cartas, pero sobre todo, recibirlas. Ahí empezó mi afición por la escritura. Era capaz de tirarme mañanas enteras leyendo y contestando cartas. Tenía amigos por toda la geografía y sentía una emoción especial a la hora de escuchar al cartero llamar a la puerta. Fue tanto el amor por las cartas que incluso llegué a soñar con ser cartero como profesión ideal. Tanta era la pasión por esos sobres multicolores llenos de sellos, tactos y olores. Pues bien, esta mañana se hizo realidad uno de mis sueños. Día dos de enero, sábado. Me levanto temprano y cargo el coche con unos doscientos sobres cargados de libros. Al bueno de J. casi le da un ataque cuando me vio llegar en su primer día de trabajo con tanto sobre. Tanto es así que entro dentro de la oficina y le ayudo a poner el sello a todos los sobres. Esa invitación me entusiasma. Por fin iba a ser cartero por un día. Y fue tanta la emoción que incluso tras terminar con el trámite burocrático me atrevo a volver a llenar el coche con los sobres y acompañar a J. hasta Palma del Río para que hoy mismo salieran los paquetes hacia su destino. Una mañana divertidísima, de esas que no te esperas. Y cuando andaba por Palma me llama M. para recordarme que en el «primer poblado» de colonización, en Bembézar, había un perol de migas organizado por la Asociación del poblado. Me voy pitando porque si hay algo que me guste más después del chocolate, las patatas fritas y el arroz son las migas. Así que me fui pitando por esos caminos hermosos llenos de verde a quince grados de temperatura, con un gustirrinin por ver tan bonito los campos recién salidos de la lluvia, relucientes y preñados de belleza. Allí me uní a una simpática familia, vecina mía por cierto aquí en San Bernardo, que me invita amablemente a mover y remover y marear una y otra vez las migas hasta que cogen su punto, que es cuando «están sueltas». Y así, llorando por el humo de la leña que se infiltraba entre los poros húmedos de los ojos, íbamos rematando el banquete comunitario en una mañana de lo más agradable. Tras el festín y la amable invitación de refresco, olivas, patatas, migas y un café por parte de la familia acogedora, me vuelvo a casa y me tiro toda la tarde ordenando el jardín para disfrutar aún más de este bello día. Como diría mi amigo C., por tal de no estudiar, lo que sea… Pues eso, me voy a rematar la tesis… Y gracias a todos los que habéis compartido generosamente el día con este menda… ¡qué gozada!

Antropólogo y editor

javier.leon@editorialseneca.es

Diario de Campo

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